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Discurso de Rab. Silvina Chemen

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A 17 años del atentado a la AMIA – Rab. Silvina Chemen

Desde hace 17 años, que estuve aquí a minutos de que la bomba explotara, vengo todos los años a todos los actos. Y quiero decirles que aquella mañana, de hace 17 años, en medio de tanta confusión, dolor y desasosiego, nunca imaginé que eso que fue, iba a terminar siendo lo que es hoy.

Cada vez que estoy parada en esta calle, repleta de otros, igualmente parados al lado mío se repite el mismo cuadro: un cúmulo de rostros serios, apagados, donde priman los colores oscuros y los movimientos circunspectos. Rejas que limitan el predio del dolor frente a un nuevo edificio de la AMIA escondido detrás de murallas de protección. Pero lo que cada año se me hace más insoportable es ver cómo nos miran. Nos miran de los balcones, nos miran desde los negocios, nos miran los agentes de policía, nos miran las cámaras de televisión que transmiten nuestros gestos de dolor y bronca, como un acontecimiento más del calendario, como una crónica repetida, en el mensaje de los gestos y de las palabras, desde hace 17 años. Nos miran en silencio, probablemente preguntándose cómo unos pocos todavía seguimos hablando de la tragedia. Año tras año se repite la misma página: una lista de nombres, un “presente” por cada uno de los asesinados, unas velas encendidas, testimonios de un dolor inacabable y palabras de reclamo y estupor por la siempre ausente justicia.

Hoy, aquí venimos a honrar la memoria de nuestros muertos, venimos a evocar la sinrazón que nos quitó de nuestro lado a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros vecinos. Pero la tragedia de la AMIA no es sólo para conmemorar en una fecha y un espacio determinado. La voladura de la AMIA se transformó en el emblema del daño que la impunidad le produce a cada ciudadano argentino y por eso el reclamo de justicia debería clamarse en las comisiones de los legisladores, en los recintos de tribunales, en los profesorados y colegios, en las escuelas de periodismo, en los institutos de formación de líderes religiosos, en las universidades, en las organizaciones de la sociedad civil.

En cada espacio de decisión cívica, de formación y educación se debe denunciar la impunidad  de la masacre de la AMIA porque aún a 17 años de ocultamientos y de asesinos y cómplices sueltos y protegidos, todavía no se comprendió que lo que hay que hacer es dejar de mirarnos en silencio, para hacerse cargo de que no podremos ni como comunidad ni como sociedad constituirnos y ser íntegramente libres si no hacemos de la justicia un valor superior en nuestras agendas y conversaciones.

A la memoria se la degrada si no se la repara con la justicia.

A la educación se le miente si no se incorpora el contenido de la justicia como condición sine qua non para vivir en democracia.

Muchas veces cuando vuelvo a casa y miro en los noticieros las imágenes del acto al que acabo de concurrir y veo nuestros rostros grises amontonados en la pantalla, siento que esta imagen me resulta conocida. Me evoca los rostros grises y amontonados de las personas que esperaban subirse a algún transporte hacia los campos de concentración o a los de los dispuestos en filas para su selección. Fotografías que, hasta el día de hoy son miradas por muchos, en silencio. Entonces, el mundo quedó en silencio ante las imágenes del horror de la Shoá y creyeron que con el juicio de Nuremberg, en los que fueron castigados sólo una veintena de jerarcas nazis, la deuda fue saldada. Veinte condenados por millones de muertos, no fue un mal negocio. Pero este juicio no palió la responsabilidad de todos los países llamados “amigos” que no pelearon por juicios justos a todos los responsables, que una vez terminada la barbarie nazi comenzaron a mirar en silencio las imágenes del horror de un pasado que se debía recordar, en lugar de ser un pasado trágico que se debía redimir con justicia, para poder continuar con la historia.

Primo Levi, sobreviviente de la Shoá decía:

“Quien presencia un crimen en silencio lo comete.”

Y permítanme agregar:

Quien encubre al que cometió el crimen, lo comete.

Y quien se abstiene de reclamar justicia por el crimen cometido, también lo comete.

En este momento, nuestro país está viviendo un período único en términos de derecho. Cientos de involucrados en las aberraciones cometidas durante la última dictadura cívico- militar estás siendo juzgados. Y debemos reconocer que esto se logró gracias a las voces de miles que se alzaron en el reclamo de memoria, verdad y justicia.

Pero con la AMIA no pasa lo mismo. No se escuchan voces alertando de los riesgos que supone vivir en una sociedad en donde un crimen de tamaña magnitud queda impune.

El dolor irremediable de cada pérdida es intransferible. El modo en el que este atentado terrorista ha arrancado a cada hijo, cada hija, cada padre, cada madre, cada hermano, cada esposa, cada esposo, cada amigo es una herida que no dejará de sangrar jamás en el seno de cada familia.

Pero la impunidad es un dolor que debe atravesarnos a todos. A los que sufrimos las pérdidas, a los que acompañamos a los que sufren y a los que todavía nos siguen mirando en silencio.

Como dice Yosef Yerushalmi: “Del pasado sólo se transmiten los episodios que se juzgan ejemplares o edificantes para la ley de un pueblo, tal como se la vive en el presente. El resto de la historia va a dar a la zanja.”  

Lo que construye la mirada silenciosa y la impunidad de la tragedia de la AMIA no es ni edificante ni ejemplar para nadie, sino por el contrario, nos hunde en una zanja como sociedad.

En el hebreo bíblico, la palabra zajor- el imperativo de recordar y la palabra shamor- el imperativo de cuidar, son palabras que se intercambian. Recordar y cuidar, cuidar y recordar. El acto de la memoria es un acto de protección, no sólo de los que están directamente involucrados sino de todos los que son testigos, en esta generación y en las siguientes. Una memoria ensuciada por la impunidad produce una sociedad contaminada por la trivialidad y la injusticia.

Tenemos que cuidarnos para poder cuidar a quienes nos sucederán y eso se llama reclamar justicia justa hasta el cansancio.

Como dice nuestra Torá en el Deuteronomio:

“Solo que, cuídate y cuida bien tu alma, para que no olvides las cosas que tus ojos han visto y para que no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; y tienes que darlas a conocer a tus hijos y a tus nietos.”

Pido por ojos que no se olviden.

Pido por miradas que no se silencien.

Pido por una educación que no se desentienda de la memoria y de la justicia.

Pido porque la indiferencia se transforme en diferencia.

Y que las rejas se abran para dejar de esconder nuestros rostros de dolor tras las murallas y los pilotes dejen de encerrar nuestro reclamo y que los que estén adentro, sean los culpables, mientras nosotros volvemos a caminar libres por la calle.

WRITTEN BY c2430109