¿Para qué sirven las alertas rojas?
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El funcionario iraní Mohsen Rezai, acusado por el atentado a la AMIA y buscado por Interpol, participó esta semana del acto de asunción del presidente de Nicaragua. Estuvo allí el embajador argentino, Daniel Capitanich, quien no expresó repudio alguno, ni existió aviso o pedido de detención por parte de la Cancillería argentina. Por acción u omisión, lo ocurrido es grave.
Sobre Mohsen Rezai pesa un alerta roja de Interpol por presunta participación intelectual en el ataque y, sin embargo, con su arribo a Nicaragua, ni Interpol se movió ni la Cancillería argentina lo denunció, sino que apenas deslizó un ya tardío comunicado clamando un «repudio», como si fuesen otros los que debieran actuar y no ellos mismos. Todas estas acciones no sólo contribuyen a perpetuar la impunidad, sino que la explican. Son este tipo de maniobras, junto con tantos otros delitos, las que materializan la inacción, irresponsabilidad y falta de voluntad política respecto al esclarecimiento del atentado, y responden a uno de los mayores interrogantes: ¿Por qué, a 28 años, no hay un sólo condenado por el atentado a la AMIA?
Si los sospechosos del mayor acto terrorista en nuestro país se mueven con pedidos de captura por el mundo libremente sin que nadie los denuncie, los detenga ni aunque sea rechace su participación en un acto oficial, entonces ¿para qué están las alertas rojas? ¿Para que los gobiernos «queden bien», clamando que se mantendrán vigentes y luego hacer la vista gorda cuando, justamente, se presenta la posibilidad de usarlas? ¿Para qué existe una Cancillería que queda muda e inmóvil cuando más tiene que actuar? ¿Otra vez somos los familiares y la sociedad quienes debemos señalar lo obvio? ¿Es éste el compromiso que el Gobierno dijo asumir con la búsqueda de justicia en el caso AMIA?
Ya es hora de que las instituciones y sus funcionarios dejen de lado las gacetillas vacías y asuman la responsabilidad que les cabe. No se hace justicia si se la relega para priorizar otros intereses y después se twitean frases hechas y promesas que saben no cumplirán.
La justicia se hace trabajando en la búsqueda de los culpables, dotando de recursos y personal serio y eficiente a los organismos que corresponden y, sobre todo, fortaleciendo la democracia y asumiendo un compromiso diario, no sólo para saber qué pasó aquel 18 de julio de 1994 y condenar a los culpables, sino para que un acto así no ocurra nunca más.
Basta de mirar para otro lado. Es momento de hacer justicia.